sábado, 13 de junio de 2009

Una experiencia...

Rafael Espino Guzmán

(Hacía tiempo que no dirigía una charla para jóvenes.
Cuando llegué ante ellos todas mis armas se derrumbaron.
No imaginé hallar un público como este.
Miré en ellos a toda una juventud que grita desesperadamente
y que busca con recelo a Dios...).

Es difícil hablar sobre el don de la vida a aquellos seres que, en cierto sentido, se colocan en espectativa frente a una realidad que les amenaza con una constante de cambios. Todo lo miran con ojos embarazosos o bien con su natural sentido de conquistadores de utopías. Son en sí mismos claridad y espectros nubulosos: los entiendes porque en algún momento viviste aquella “época dorada”, pero al mismo tiempo les reclamas las bondades de una juventud opacada por la apatía, la falta de asombro y la ausencia de reconocimiento.

El coraje, la pasión, las ganas de ser alguien y el deseo de mejorar el mundo nunca se viven con tanta intensidad como se hace en esta etapa de la vida. Muchísimas personas que llegan a la vejez tienen escondidos en la juventud los más grandes tesoros acumulados a lo largo de su caminar -y digo tesoros porque los aguardan en el corazón con llave de oro como protegiéndolos de la amenaza del olvido-.

El gozo de la existencia y el deseo de abandonar un “absurdo” se conjugan con similitud. El apenas saberse dichoso de estar en un aquí y un ahora se frustra con el espantoso compromiso de respuesta vital.

No imagino lo estripitoso de su situación, y mucho menos al saberlos únicos y distintos entre ellos. Sólo me limito y no los juzgo, y pido para ellos la dicha y la felicidad que bien se merecen. Porque la lucha en medio del frío atroz y el acorralamiento entre la falta de esperanza y los oscuros horizontes merecen el calor de un Dios de bondad y la libertad en plenitud que sólo le corresponde a aquel ser que es pensado en el proyecto divino desde antes de su nacimiento.

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