lunes, 28 de junio de 2010

El suicidio en tres versiones


Hace tiempo, en algún ejercicio escolar, me dí a la tarea de redactar sobre un tema en adaptaciones distintas. Fue una actividad gratificante, pero es ahora que comparto estos escritos…


El suicidio: una calamidad
(Versión catastrófica)

Me crean o no, he sufrido uno de los peores males que el hombre puede padecer. Mi mejor amigo, aquel a quien yo le confiaba todo sobre mi persona y en quien me refugiaba en los momentos de desdicha, decidió quitarse la vida, y peor aún, me ha arrebatado la mía, se la llevó consigo.

Tomó uno de los cuchillos con los que su padre suele matar reces en el “rastro” y decidió –con una actitud de experto en asesinar animales– clavárselo en aquella cuenca que suele formarse debajo de la garganta. Partió en dos la vena que acarreaba vida a la parte superior de su cuerpo… Sí, así fue. Y aunque muchos teman expresar el término o traten de evitarlo -cuando se hallan en semejante situación-, no se puede evitar saber que se trata de un suicidio.

Lo más probable es que mi amigo no tenía ningún motivo para seguir existiendo, ni siquiera yo le di razones suficientes.

–¿Tendrá algún sentido estar luchando contra una realidad absurda? ¿Vivir en medio del sufrimiento, las injusticias, la negatividad de la vida? ¿Sobrevivir? ¿Para qué?... solía decir aquel amigo que ahora ya no puede leer esto que escribo.

Y tal vez tenga razón. Ahora más que nunca comprendo la situación por la que ha pasado: no hay nada que motive la existencia. Ni yo mismo cobro el valor para soportar esta calamidad. Es mejor terminar ahora con este ser que roba aire al mundo. Se fue mi amigo, y creo que lo mejor es irme también yo.

Me parece muy propio valorar el suicidio. No hay duda que es el ejercicio de la libertad. Para qué continuar empujando una piedra cuesta arriba por una ladera empinada, sabiendo que una vez en la cima rodará de nuevo hacia abajo. ¡Aceptemos de una vez por todas la condición futil y perecedera del hombre!

Es hora de realizar el acto más heróico, el más lleno de sentido, el más condecoroso que pueda realizarse. Es hora del suicidio…



El suicidio: un milagro
(Versión milagrosa)

Me desperté hace apenas unas horas. No pude dormir durante la noche y fue gracias a aquel acontecimiento que sigue ardiendo en mi mente. Nunca lo imaginé. Ya era hora de que Gonzalo tomara al toro por lo cuernos. Uno nunca debe proceder con temor ante aquellas cosas que se resuelven acatar sin preámbulos.

-¡Fue un milagro!, expresó su novia cuando le dí la noticia.

Y era cierto, nada habría sido mejor que lo que sucedió. Gonzalo se suicidó depués de tantos intentos. Ahora ya no se tendrá que recolectar dinero para pagar las intervenciones quirúrgicas en hospitales o para saldar daños que se ocacionaban a terceros. Ya podemos respirar tranquilos al saber que por fin alguien logró lo que tanto anhelaba en la vida: ¡morirse!

El suicidio de ayer en la tarde ha sido un portento (…). Todos nos quedamos pasmados al saber la noticia.

Cuando la puesta del sol, me enteré de ese acontecimiento que nos devolvió la tranquilidad. Gracias a la muerte de Gonzalo nos libramos de preocupaciones. Su acto heróico de abandonar este mundo, nos hace ver al suicidio con buenos ojos.

¡Un milagro!, eso fue. Fue algo casi divino; algo sobrenatural porque entre nosotros jamás había existido atisbo tan sorprendente y fuera de lo común: el suicidio de Gonzalo.



El suicidio: ¿evita el absurdo?
(Versión crítica)

Para los seres humanos existe sólo un problema serio, es el de “juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida”, decía Albert Camus. Ahora bien, ¿tendrá algún sentido estar luchando contra una realidad absurda? ¿Vivir en medio del sufrimiento, las injusticias, la negatividad de la vida? ¿Sobrevivir? ¿Para qué?

¿Acaso el valor de nuestra vida depende tan sólo de la realidad que nos circunda? Definitivamente no es esí. Y es que precisamente nuestra única tarea en la vida es dignificar nuestro llamado a la existencia. La vida es el encuentro, es la relación entre mi persona y el mundo, mi respuesta y compromiso ante lo otro. Mi vida no depende sólo de las condiciones externas, depende, incluso en mayor medida, del ejercicio de mi libertad en el compromiso. Y esto se contrapone con aquellos que piensan que el suicidio es la solución a algo que no parece tener salida; contra aquellos que justifican el suicidio como el ejercicio de la libertad, cuando ni siquiera son capaces de abrazar su condición de libres y lograr modificar su forma de existencia y su realidad.

“La vida merece la pena de ser vivida”. Ese es el transfondo del mito de Sísifo que expone Camus: empujar una piedra cuesta arriba por una ladera empinada, sabiendo que una vez en la cima rodará de nuevo hacia abajo. Una manifestación de la condición futil y perecedera del hombre, pero que al mismo tiempo manifiesta el gran poder que tiene para enfrentarse a su condición de mortal. El hombre obtiene su trascendencia en ese mismo afán de lucha por salvaguardar su vida.

Sísifo le enseña a los dioses que, a pesar de su condena, obtiene la dicha. Él no se abandona a las condiciones que se le imponen desde fuera, por el contrario, hace de ellas el medio para obtener su gloria.

De allí que el suicidio sea lo más vergonzoso de un ser cuya esencia sea la libertad; el silencio atroz ante el llamado a la existencia; la degradación de la conciencia; el acto más vacío de sentido que un ser humano llegue a realizar... Los que se suicidan evitando una realidad absurda no hacen más que volver más absurdo aquello que trataron evitar.

viernes, 11 de junio de 2010

Un coloquio sobre mi religión


Rafael Espino G.

Hace días entablé un diálogo con una persona que se dice a-religiosa (es decir, sin religión). Era alguien mucho mayor que yo, y al parecer con mucha más preparación. Dicha conversación surgió a partir de un reclamo abierto y sin escrúpulos por parte de aquella persona hacia la Iglesia católica. Me argumentaba la falsedad de la institución católica, y además, de la inexistencia de lo espiritual…

Sin duda alguna, la persona de la que les hablo, a pesar de dar muestras de su excelente formación, patinaba en un grave error. Primero porque emitía juicios generalizantes respecto de la Iglesia, y segundo, lo más imperioso, mantenía su postura totalmente insustentable de que lo espiritual no existe…

Gracias a este acontecimiento, me doy la oportunidad de plasmar en los siguientes párrafos algunas ideas que he venido adquiriendo al paso de los años respecto a esta situación. Considerando además que, dado el hecho, alguna vez cuando más jóven, llegué a tener dudas sobre tales cuestiones…

En primer lugar, debo decir que lo espiritual existe. Es algo propio del hombre y nunca separable. Es una realidad ineludible, y además, no nocesita estar vinculada a las religiones forzosamente. Se da cuando hay cultivo de la interioridad, meditación, liberación personal…

En segundo lugar, retomando aquello de la institución católica (y de lo cual profundizaré un poco más), considero que el hecho de que se perciba un declive de la religión, puede ser una oportunidad para lanzar fuera las represiones que nos formamos en este ambiente o sistema social.

Sin embargo, como primer momento, debemos reconocer que, a pesar de las fricciones que han surgido al paso del tiempo entre Iglesia, ciencia y otros elementos, siguen coexistiendo en el ámbito de la experiencia humana, y siguen reformulándose día a día.

El sistema racionalista nos ha conducido a decir que la religión es el “opio del pueblo”. Los medios de comunicación han tratado de quitarle crédito, incluyendo a otras instituciones, pero no confundamos el fundamentalismo con la religión...

La religión (por lo menos la que profeso) es compatible con lo valores universales de la ética, los derechos humanos fundamentales. No debemos considerarla como un rango cultural inferior, como lo hacen los escépticos y fundamentalistas científicos. Nadie puede negar que el mismo Papa Juan Pablo II fue un defensor de la libertad y del hombre (¡y profesaba una fe, una religión!).

La mayoría de la veces, en la religión, el hombre expresa lo mejor que lleva de sí, sus aspiraciones más altas y sus necesidades profundas. Hoy día ella es una de las que se muestra abiertamente en contra del materialismo atroz que nos despersonaliza, contra las guerras, pobreza e individualismo.

La religión católica desvela el destino de cada uno de sus fieles. Nos mantiene seguros de que nuestra existencia no tiene fin el día que dejemos de respirar. La religión no nos pone como condición dejar de pensar, sino todo lo contrario. Ella no trata de algo fideísta o fundamentalista, sino de una cierta confianza en nuestra razón, que sin duda también nos conduce a Dios.

Para los cristianos católicos es fundamental saber que antes de pertenecer a una religión profesamos una fe (en Jesucristo). Donde se trata de acoger a Dios mismo, como Don, y por consecuencia, que se traduce en formas religiosas: cultos, textos sagrados, normas, comportamientos, etc. Creer es adherirse a alguien (a Jesús).

En la religión católica, el hombre que cree en Jesús entra en la propia dimensión de Jesús, porque se acerca a él: oración, paz, misión salvífica. Es Jesús quien promueve al hombre. Lo convierte de siervo a amigo, de esclavo a hijo…

El creyente católico no puede ni debe creer a la ligera, ya que es un sugeto humano dotado de exigencias de honestidad intelectual y rectitud moral respecto a los actos que realiza. Debe dar razones de su fe: necesarias para garantizar su carácter razonable.

La Iglesia católica no encubre nunca sus razones de fe. A pesar de que ello la conduzca constantemente a la hoguera. La fe del católico no es demostrable siempre, pero tampoco puede reducirse a una opción voluntarista, irracional y sin compromiso… La Iglesia católica, en su calidad de depositaria de fe, da al hombre motivos racionalmente válidos para hacer razonable su adhesión a Dios…

Las actitudes descalificadoras, superficiales y acríticas contra la Iglesia católica son moneda barata e insuficiente. Se necesita una visión global para aprender y pensar qué somos y dónde estamos. No basta ser mediocre y repetitivo. La religión cristiana es muy fascinante como para tacharla de esa manera…

martes, 1 de junio de 2010

Una es la entrada, y una la salida


“Al nacer, lloramos por haber venido
a este gran teatro de locos”
(Shakespeare en “El Rey Lear”)


“Yo también soy un hombre mortal como todo,
un descendiente del primero que fue formado en la tierra.

En el seno de una madre fui hecho carne;
durante diez meses fui modelado en su sangre,
de una semilla de hombre y del placer que acompaña al sueño.

Yo también, una vez nacido, aspiré al aire común,
caí en la tierra que a todos recibe por igual
y mi primera vez fue la de todos: lloré.

Me crié entre pañales y cuidados.
Pues no hay rey que haya tenido otro comienzo de su existencia;
una es la entrada en la vida para todos
y una misma la salida…”