sábado, 13 de junio de 2009

Una experiencia...

Rafael Espino Guzmán

(Hacía tiempo que no dirigía una charla para jóvenes.
Cuando llegué ante ellos todas mis armas se derrumbaron.
No imaginé hallar un público como este.
Miré en ellos a toda una juventud que grita desesperadamente
y que busca con recelo a Dios...).

Es difícil hablar sobre el don de la vida a aquellos seres que, en cierto sentido, se colocan en espectativa frente a una realidad que les amenaza con una constante de cambios. Todo lo miran con ojos embarazosos o bien con su natural sentido de conquistadores de utopías. Son en sí mismos claridad y espectros nubulosos: los entiendes porque en algún momento viviste aquella “época dorada”, pero al mismo tiempo les reclamas las bondades de una juventud opacada por la apatía, la falta de asombro y la ausencia de reconocimiento.

El coraje, la pasión, las ganas de ser alguien y el deseo de mejorar el mundo nunca se viven con tanta intensidad como se hace en esta etapa de la vida. Muchísimas personas que llegan a la vejez tienen escondidos en la juventud los más grandes tesoros acumulados a lo largo de su caminar -y digo tesoros porque los aguardan en el corazón con llave de oro como protegiéndolos de la amenaza del olvido-.

El gozo de la existencia y el deseo de abandonar un “absurdo” se conjugan con similitud. El apenas saberse dichoso de estar en un aquí y un ahora se frustra con el espantoso compromiso de respuesta vital.

No imagino lo estripitoso de su situación, y mucho menos al saberlos únicos y distintos entre ellos. Sólo me limito y no los juzgo, y pido para ellos la dicha y la felicidad que bien se merecen. Porque la lucha en medio del frío atroz y el acorralamiento entre la falta de esperanza y los oscuros horizontes merecen el calor de un Dios de bondad y la libertad en plenitud que sólo le corresponde a aquel ser que es pensado en el proyecto divino desde antes de su nacimiento.

jueves, 11 de junio de 2009

Ni el “yo”, ni el “tú”, sino el “nosotros”

La necesidad de apertura
y disponibilidad



Rafael Espino Guzmán




Dos personas pueden estar presentes físicamente y no convivir.
Pueden estar como dos cosas, una a lado de otra,
pero extrañas sin remedio y para siempre.

(En L’Insondable)


Introducción
Algo que aconteció en la primera parte del siglo XX es la devaluación de la persona. Varios factores hicieron que se llegara a esto y no se tuvo la prevensión de los grandes problemas que esto acarrearía. El surgimiento de varias revoluciones, la sobrevaloración de lo material por encima de la persona, la búsqueda de placer, el cambio de estructuras sociales y otros factores más fueron el parteaguas para que en 1929 –como dice Mounier­– el personalismo apareciera como una protesta contra la avanzada putrefacción de la persona y, debido al hundimiento de su agusanada estructura, proponiendo salidas ante tal crisis, apelando a una revolución personalista y comunitaria.
En este contexto aparece Gabriel Marcel, quien después de haber vivido su experiencia en la Primara Guerra Mundial, vuelve su atención hacia la dignidad de la persona.
En su búsqueda de soluciones a la llamada crisis atina en un punto elemental que es factor desisivo para que la comunión se efectué y se realice con mayor eficacia. Se trata de la disponibilidad, la apertura, la donación, el encuentro ante el otro que no es un objeto sino también otra persona (...).

El hombre: una expresión
El hombre por sí mismo es “expresión”. La realidad más pura del ser, su “estar allí”, consiste en develar una presencia. En este sentido el ser humano, por el simple hecho de “ser”, se manifiesta. Su estar allí, de una forma muy particular de ser, lo hace ya una expresión.
El ser humano transmite en sí mismo una significación, expresa su ser en acto que corresponde a un ente expresivo. El vivir del hombre es un constante expresar; no se vive primero y luego se expresa, sino que vivir consiste en expresar[1].

La expresión dentro de la dinámica de la comunicación
En este marco de la expresión tenemos que ser conscientes de que nos movemos en espacios en los que actuamos y permanecemos; manejamos objetos materiales e interactuamos con otras personas; persivimos e intercambiamos mensajes y reaccionamos ante ellos. Es decir, que nuestra expresión no aparece ni se da aisladamente, sino que se halla dentro de la dinámica comunicacional que le es propia a todos los seres humanos. La expresión se encuentra en el marco comunicacional. El hecho de ser expresión implica comunicar algo a los que nos circundan.
Tal comunicación tiene dos formas de presentarse: la consciente y la inconsciente. La primera se refiere a la que realizamos sin darnos cuenta (puede ser verbal o no verbal) y la segunda se refiere a aquella comunicación que conlleva un razonamiento previo al acto de comunicación (tambien puede ser verbal o no verbal).

Mi cuerpo: “Un yo que se manifiesta a sí mismo y al espíritu”
La dimensión de corporeidad o de encarnación de la persona es fundamental de la expresión, puesto que a partir de ella logramos manifestarnos ante lo otro y reconocernos como expresión en sí. Huyendo del dualismo cartesiano y queriendo a toda costa reafirmar la corporalidad del hombre, se llega a afirmar con esto que “yo soy mi cuerpo” –como decía Marcel–. Pero no es que signifique reducir al hombre en una corporalidad, sino rechazar toda posible visión instrumental del cuerpo humano. El hombre no tiene un cuerpo sino que es un cuerpo en el sentido que éste forma parte de su ser y de su esencia. No posee un cuerpo al igual que posee determinadas cosas, sino que se relaciona con él de un modo totalmente peculiar. Y en este sentido el cuerpo toma parte elemental en la relación con el que “no-yo”, se vuelve necesario para la comunión y el preoceso comunicacional[2].

Dos obstáculos
Hay dos actitudes que nos impiden establecer una puesta en común, una comunión humana eficaz. Actitudes que pueden colocarnos en la cúspide de una total ignorancia del otro que no es un “yo” pero que es, en cierta manera, “otro yo”. Dos actitudes que están llenas de orgullo y de superficialidad y lo único que hacen es arrojarnos a un desgarramiento de nuestra forma particular de expresión y a la desesperación, la frustración de la naturaleza propia del hombre que mencionaba Nicol.
Los dos obstáculos que se oponen al acceso del ser auténtico son: la objetivación del sujeto, la negación del ser tascendente del otro; la segunda es cerrarse contra nuestro ser natural, que es abierto y en comunicación con los demás seres[3].
El primer obstáculo parte de nuestro acto consciente de inteligencia, voluntad y vida psíquica que requiere siempre en un primer momento de colocarnos frente a un objeto (en este caso un sujeto-objeto). La inteligencia nada puede aprender sin poner ante sí algo distinto de su propio sujeto. Por ello en la actividad objetivante de la inteligencia, el sujeto no es alcanzado como tal, queda como en penumbras.
Objetivar en este sentido es problematizar. La asimilación por parte de la inteligencia consiste en dar soluciones sucesivas de lo aprendido hasta ser esclarecido totalmente.
Ahora bien, el problema que Marcel haya ante esta circunstancia es el hecho de diluir al hombre en su realidad íntima, inefable de sujeto o de ser, puesto que al esclarecer totalmente a algo, objetivarlo plenamente, equivale a la pérdida de la persona.
La inteligencia por tanto no penetra en el sujeto en cuanto tal. Está mas allá de sus posibilidades. Se queda más acá y frente a la realidad misma inalcanzada de ser, sustituye la realidad íntima o subjetiva por el objeto. Por otra parte yo también me estaría valiendo como una solución obetiva, porque entonces no sabría ni siquiera quién soy yo, y no puedo tomarme a mí mismo como un objeto.
Cuando la inteligencia hace del ser un objeto, lo problematiza, lo coloca delante de él sin penetrarlo; lo hace como un dato científico (...).
El segundo obstáculo es la falta de disponibilidad. Cuando se habla de un cerrarse a la propia naturaleza, significa ir en contra de la “expresión en sí que es el hombre”, es ir contra corriente de la necesidad comunicacional del ser humano. Si se evita la comunión, estando en contacto con los otros sujetos, la expresión reclama atención y termina por convertirse en una comunicación frustrada, cuando por el contrario podría constituirse como una unidad y compartimiento ontológico. La falta de apertura y disponibilidad hacen la separación del “yo” y del “tú”, volcándolos a la plena anulación de sí por la exigencia de su misma naturaleza. Se evita la conformación de un “nosotros” en el que ambas partes tendrían la capacidad de admitir y ser admitidas.

Una solución al problema
Una posible solución a esta problemática filosófica –que bien puede aplicarse en el ámbito comunicacional– es la llamada “reflexión de segundo grado”. Es colocarnos en el seno mismo de la realidad, en una experiencia lúcida e inmediata, sin intermediarios del ser, en su realidad inefable, en su “misterio ontológico”. Mediante esta reflexión somos no conducidos al pensamiento pensado (la objetivación), sino al “pensamiento pensante”, a la fuente misma donde se crea el ser del pensamiento. El ser se alcanza en la experiencia inmediata, en el ser en sí mismo, en su irreductible realidad óntica.
A semejante aprensión se llega por el “recogimiento”. Se requiere de cierta aprehensión que no deja al sujeto como fuera de sí como objeto, sino que penetra y coincide con él. Se trata de una aprehensión en el recogimiento por una cuasi-intuición no distinta del ser mismo.
Es mediante esta actividad que el ser se vuelve abierto a la auténtica trascendencia, no un ser que se nos da frente a nosotros –como objetos–, sino en comunión con otros. Se manifiesta así un ser encarnado, comunicado con el cuerpo, y por él con la trascendencia del mundo corpóreo.
Para llegar a ello se requiere una decisión libre, una aceptación de nuestro ser tal cual es y tal como se nos da en comunicación con los demás seres[4].

Conclusión
El “otro”, el “no-yo” no es ni un límite de mi persona ni un rival; tampoco es la ficha sobre un libro, ni aquel que está allí para darme informes; ni siquiera es la idea que yo tengo o puedo formarme de él. El otro no es un repertorio de datos o de noticias, no es objeto, sino como expresa el mismo término: es un “otro yo”.
La única existencia auténtica es la existencia en común o la apertura de un “yo” a un “tú”, en el cual me encuentro y me descubro a mí mismo. La intersubjetividad, el “nosotros”, es el único camino que lleva al otro y hacia sí mismo.
En este mundo no hay más que un dolor, un sufrimiento, que es el que produce la soledad, pero de pronto surge la luz en el horizonte del hombre, es la presencia de un “tú”.
Sólo se realiza el hombre en la apertura, en la disponibilidad. Pero está expuesto al egoísmo, que le encierra en su prisión, aun cuando se coloque en la máscara de la generosidad o de la bondad.
El otro es una realidad no objetiva, no es ni resorte mecánico ni un objeto entre los objetos, sino libertad y misterio.
La propuesta de Marcel es un llamamiento a decubrir nuestro auténtico ser, al descubrimiento del misterio ontológico. Un llamamiento a no descuidarnos y dejarnos arrebatar por los enemigos del egoísmo, la superficialidad y el orgullo que están siempre en acecho.
El remedio para paliar esta situación consiste en darse cuenta con fuerza renovadora del valor y de la riqueza de la realidad personal de cada hombre: disponibilidad, donación, responsabilidad, compromiso, apertura, intersubjetividad, presencia, vocación, respuesta, llamada, encuentro. Pero entre todas ellas destaca la disponibilidad. La persona se caracteriza por estar dispuesta, accesible y abierta a los demás, ante los otros[5].

Bibliografía
[1] NICOL, Eduardo. La idea de hombre. México, F. C. E., 1997.
[2] MARCEL, Gabriel. Homo Viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza. Sígueme, Salamanca, 2005.
[3] MARCEL, Gabriel. Homo Viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza. Sígueme, Salamanca, 2005.
[4] BURGOS, Juan Manuel. El personalismo. Biblioteca Palabra, Madrid, 2000, Pp. 197.
[5] BURGOS, Juan Manuel. El personalismo. Biblioteca Palabra, Madrid, 2000, Pp. 197.

miércoles, 3 de junio de 2009

¡Vive México!



Rafael Espino Guzmán


Monte Albán, Teotihuacan, Xochimilco, Palenque, Puebla, Guanajuato, Chichén-Itzá, El Tajín, El Santuario de ballenas de El Vizcaíno en Baja California Sur, la ciudad de Guadalajara, la Mariposa Monarca en Michoacán, y tantas maravillas más aguardan en el prodigioso “Ombligo de la Luna”, como solían llamarle los antiguos aztecas a nuestro actual México. Una república democrática, representativa y federal integrada por 32 entidades federativas que ocupa la parte meridional de América del Norte.

Su extensión de 1,972,550 kilómetros cuadrados la coloca en la decimocuarta posición entre los países del mundo de acuerdo a la superficie. Los 107.4 millones de personas forman el país número uno en habla hispana, a pesar de la vasta diversidad de lenguas nativas que contiene.

Su “oro negro”, la plata, el cobre; su megadiversidad en especies de plantas y animales; su folklore tan variado; su gastronomía; su historía; sus culturas; sus climas. Todo en un sólo lugar.

El 87% de los tipos de suelo existentes se pueden hayar en su territorio, cuyas legendarias culturas aprovecharon para la domesticación de más de 80 especies que se hayan esparcidas en el mundo, así como una vasta cantidad de plantas que en muchos lugares se siguen cultivando y que forman parte de canon alimenticio y botánico. En México se es posible encontrar climas fríos de alta montaña a unos cuántos centenares de kilómetros de los climas más calurosos de la llanura costera.

En cuanto a la biodiversidad de reptiles (707 especies) y variedad de cactáceas México se califica primer lugar a nivel mundial. Ocupa el segundo en mamiferos con 438 species, cuarto en anfibios con 290 especies, y cuarto en flora, con 26,000 diferentes especies. Es el segundo país en el mundo en ecosistemas.

La cocina mexicana es considerada como una de las más variadas y ricas del mundo. Gracias a la herencia prehispánica y española tal gastronomía reúne los sabores de dos continentes en platillos de gran colorido y sabor. Sus guisos y bebidas tradicionales y de la alta cocina contienen sabores y texturas de gran delicadeza hasta los sabores fuertes y amargos. El mole poblano, el pozole, los chiles en nogada, las enchiladas, la cochinita pibil, los tacos –en su basta diversidad–, los tamales, la birria, los chilaquiles, la barbacoa, el cabrito norteño, las quesadillas de flor de calabaza, los camarones a la diabla, los tlacoyos, los sopes, los pambasos, los nopales con camaron y muchos más platillos satisfacen el paladar de millones de personas gustosas de la buena comida mexicana, que bien puede acompañarse de la infinidad de salsas existentes y otros condimentos mexicanos. Y junto con ello las tan conocidas bebidas que engalanan no sólo los comedores sino también otros momentos de convivencia y compartimento como son el pulque, el tepache, la tuba, la famosa tequila, el mezcal, y su cerveza “Corona”.

La música mexicana es sumamente variada e incluye diversos estilos determinados por la región geográfica de proveniencia, así por las diferentes épocas de desarrollo. Toda ella como fruto del mestizaje que se dio entre las tradiciones europeas, americana y africana, entre otras. Es quizás un símbolo nacional el conjunto del mariachi que ha exparcido por doquier temas como "Bésame Mucho", "Cucurrucucú Paloma", "Amor, Amor, Amor", "Solamente una vez", "Somos novios", "Guadalajara", "El Rey", "Amorcito Corazón" y otras. Algunos otros géneros también forman parte de la riqueza musical que México comparte al resto de los países, como son la banda, la música norteña, conjunto jarocho, huasteca, marimba, jarana yucateca, trío romántico, conjunto mixteco, música prehispánica, boleros, danzones, zapateado y muchos otros más. México se ha inmortalizado con grandes figuras como Tito Guízar , Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solis, Antonio Aguilar, Agustín Lara, Lola Beltrán, entre otros. Algunos de los cuales también corresponden a la talla de quienes hicieron del cine mexicano la insignia de los años 30 a los 50, como Dolores del Río, Pedro Armendáriz, María Félix, Blanca Estela Pavón, Lilia Prado, Arturo de Córdova, Marga López, Felipe Montoya, Roberto Cobono, Mario Moreno Cantinflas, Tin Tan, Emilio “el indio” Fernández.

Debido a su geografía, historia, gastronomía y clima; México es una de las potencias mundiales en el ámbito vacacional, está situado en la octava posición de los países con más afluencia turística internacional. Sus 29 sitios declarados como patrimonio de la humanidad por la UNESCO le hace encabezar la lista del continente Americano por encima de Estados Unidos (20), Brasil (17), Canadá (15), Perú (10), Argentina (8) Colombia (6), Chile (5), respecto a este rubro.

La Dirección General de Culturas Populares muestra alrededor de 10,000 tipos de festividades que pueden catalogarse como populares, a pesar de que en el Calendario de Fiestas Populares se registran sólo 5,083. Entre algunas de las más destacadas se haya la festividad de día de muertos que se festeja el 2 de noviembre, y que la UNESCO ha declarado como Festividad Patrimonio de la Humanidad; la celebración de la fiestas patrias en honor a la Independencia de México; la festividad de la Virgen de Guadalupe, etc.

La Madre de Dios deseó y se le construyera un santuario en el país que hoy se declara católico al 89%. Santa María de Guadalupe cuida y protege a todo el pueblo americano y se le reconoce como “Patrona o emperatriz de toda América Latina”. El Tepeyac es hoy el santuario mariano más visitado del mundo con 20 millones de personas que concurren anualmente, superando incluso en visitas a Lourdes en Francia y Fátima en Portugal. Además de ello, México cuenta con 250 santuarios procesionales registrados por la Iglesia católica, a donde acuden los peregrinos para pedir y agradecer favores a santos y vírgenes que han resultado ser milagrosos, y que forman parte de la identidad mexicana.

La red de carreteras mexicana es una de las más extensas de América Latina con 352.072 kilómetros, la mayor tercera parte corresponde a brechas revestidas, y poco más de diez mil kilómetros corresponde a carreteras de cuatro carriles. Cuenta además con 108 puertos marinos, cincuenta y cuatro en el golfo y otros tantos en el Pacífico que cumplen un papel relevante en el desarrollo de México fortaleciendo la vida política, económica y social del país, en beneficio de la población y resguardo de la soberanía nacional.

México es la cede del Instituto Latinoamericano de Comnicación Educativa (ILCE), organismo internacional integrado por trece países latinoamericanos, que junto con la editorial Gedisa inician la coedición de algunas de las obras más destacables del joven campo de la Educación Comunicativa. Las epresas televisivas destacan por encima de muchas otras convirtiéndolas incluso en unas de las primeras productoras del contenido en español en el mundo.

Su Constitución de 1917 es una aportación de la tradición jurídica mexicana al constitucionalismo universal, dado que fue la primera constitución de la historia que incluye las denominadas garantías sociales.

Los Estados Unidos Mexicanos tienen diversas relaciones económicas y culturales con el resto de los países del mundo. El principal socio económico-cultural de México es Estados Unidos dada su cercanía. En este marco, México se encuentra unido económicamente con EUA y Canadá mediante el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Forma parte de la Organización de Estados Americanos, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la Cooperación Económica del Asia-Pacífico y el Grupo de Río entre otros. Cuenta también con un tratado de libre comercio con la Unión Europea, con el bloque denominado EFTA (Luxemburgo, Suiza, Liechtenstein y Noruega) y recientemente se selló un compromiso similar con Japón.

Culturalmente está ligado a otros como Colombia, Venezuela y a los países centroamericanos, debido a que estas regiones comparten una historia similar, desde las culturas prehispánicas y el idioma, hasta la independencia de España. Todo esto favorece nexos culturales importantes con los países de la región norte de América Latina.

México hoy se entiende como un país de riquezas inmensas. El maíz, frijol, chile, cacahuate, aguacate, jitomate, calabaza, vainilla y cacao; la Televisión a Color, el Túnel de Viento, los edificios con cimientos antisísmicos, el molino de agua, la amalgamación, la tinta indeleble, el hierro esponja y tantas cosas más no gosaría el mundo hoy sin la ayuda de nuestra tierra.

Somos una civilización enteramente nueva, un pueblo que busca un cambio trascendental, de tradiciones valiosas, de reciedumbre ante las vicisitudes, de capacidad de entendimiento y sentido de nación. Somos un pueblo que tiene un protagonismo importante en la dinámica mundial. Somos la unidad en la diversidad y la diversidad en la unidad, un verdadero milagro.
"Patria: tu mutilado territorio se viste
de percal y de abalorio.
Tu patria todavía es tan grande,
que el tren va en la vía
como aguinaldo de juguetería".
(Ramón López Velarde)

lunes, 1 de junio de 2009

Los frutos de la oración


Rafael Espino Guzmán

¿Alguna vez has sentido quizás un cierto gusto por la presencia divina? ¿Has tenido la sensación de algo “indefinible”, una profunda serenidad, un instante de dicha en la que los pensamientos son ocupados con el nombre de lo divino? ¿Te has hallado en tranquilidad, serenidad y reposo?… Esas son unas de las características que se pueden distinguir después de un momento de oración. Son instantes en que nos queda una plenitud sin palabras, sin agitación, como un lago en calma, cuya tersa superficie refleja el ser infinito de Dios… Sin embargo, la oración no termina aquí.

La oración comprende toda la vida
Debemos distinguir el momento en que hacemos una pausa para ponernos en contacto con Dios y el momento en el que surgen los frutos de tal actividad.

El primer momento se caracteriza por una creciente absorción, en la que se manifiesta una “presencia”. En la medida en la que nos abandonamos al murmullo interior, nos sentimos atraídos a un “fondo” (o centro); descubrimos un “lugar” totalmente sereno y apacible en el que no existe nada… más que la existencia misma, tanto la propia como la divina.

En el segundo, la oración aparece como aquello que vivifica y conduce toda la actividad de nuestro ser. Son los frutos que se generan a partir del contacto personal con el Creador. Incluso el cuerpo sigue la misma “trayectoria” que el espíritu: conforme vamos descansando más profundamente en Dios, nuestro cuerpo descansa también de una manera desacostumbrada y se regenera en el soplo divino.

La oración comprende todo nuestro ser, cada instante de nuestra vida, no se limita sólo al primer instante, después de ello comienza la vivencia de lo que se contempla en esos intervalos de tiempo.

¿Qué sentido tiene la oración?
La respuesta a esta pregunta se encuentra sólo en la experiencia, mejor que en argumentos teóricos. En 1966 una autora llamada Louise Rinser publicó un libro en el que daba respuesta a esta pregunta: “Orad, y veréis que la oración tiene sentido. No hay otro camino para describirlo, sino la misma oración”. Pablo VI daba una respuesta similar: “Si habéis perdido el sabor de la oración, se encendería en vosotros su deseo poniéndoos de nuevo humildemente a orar”.

Cuando se quiere saber el sentido de la oración, lo mejor es invitar a la experiencia personal. Este es el camino más certero, más eficaz y convincente, contra el que no pueden darse razones válidas. La experiencia se convierte en argumento irrefutable y en testimonio decisivo.

El sentido se descubre de manera personal, no podemos descubir el verdadero sentido de la oración si no lo vivimos nosostros mismos. Lo esencial de este acto es la orientación de toda la vida hacia Dios, es transformarse –sin perder la identidad propia– en un ser que participa y comparte la gracia divina.

Orar es dejarse amar
La verdadera oración no es un medio, por muy importante o necesario que se le suponga, para la vida cristiana o espiritual, sino la misma vida espiritual o cristiana en ejercicio.

Orar de verdad es vivir cristianamente. En la oración convergen o de ella nacen todos los demás elementos integrantes de la llamada vida interior.

Orar es dejarse amar. Y dejarse amar implica: crecer en el amor personal y gratuito, divino y humano de Dios Padre en Jesucristo. El creyente no ora, desde luego, para exigir, para cambiar o para hacer alguna cosa; lo que busca, sobre todo, es la presencia divina. El amor que, partiendo del mismo Dios por iniciativa suya, transforma al hombre y le capacita para responder amando en reciprocidad.

Dios nos ama con amor gratuito y personal. Y en la oración adquirimos nueva conciencia de ello. Dios nos ama y nosotros lo sabemos. La oración crea en nosotros esta certidumbre y aviva este convencimiento hasta convertirlo en gozosa experiencia. Del amor nace el asombro, el estremecimiento, la alabanza y la adoración, la actitud y la actividad…

La oración nos vuelve más humanos
Quien está en comunión con Dios adquiere un sano humanismo. En la oración se está en contacto con la Verdad, la cual vuelca al hombre hacia la autenticidad.

Es una real configuración con Jesucristo, que es el hombre perfecto. “Jesús es el hombre cabal, ejemplo y utopía para toda la humanidad, en quien todo hombre ha sido pensado y creado por el Padre”. Por eso, en la medida en que alguien intensifica su oración –y desde luego el conocimiento de la Palabra divina– se va pareciendo más a Cristo –en sus actitudes, en su mentalidad, en su entrega a Dios y a los hombres por amor– en esa misma medida se va haciendo más hombre.

La verdadera humanización del hombre alcanza su culmen en la gratuita divinización. Vivir en intimidad y comunión con Jesús, en el misterio de su corazón, es la mejor escuela del humanismo integral cristiano. Por todo, esto es importante la oración, no tengamos miedo de orar y dejémonos arrebatar por el amor divino, oremos y encontrémonos con Dios, vivamos día a día el encuentro con nuestro Creador.