sábado, 26 de septiembre de 2009

La educación para la acción


Rafael Espino Guzmán

“Siempre que hay virtud, hay conocimieto.
Siempre que hay conocimiento, hay virtud”.
(Sócrates)

Introducción
Me permito traer a cuestión un hecho que años atrás experimenté en mi pueblo natal. Se trata de una realidad que aún nos envuelve en la vida política de nuestro país. Muchos de los que se postulan para gobernantes nuestros no tienen las condiciones necesarias para hacerlo. Me refiero a aquellos que carecen de conocimientos previos que respaldan cualquier profesión o actividad con repercusiones sociales.
Mi paisano –permítanme referirme a él así y no por su nombre – no contaba siquiera con los estudios de primaria y obtuvo la presidencia municipal a la vista de quienes conociamos su formación. No era de dudarse que en su cargo de gobierno mostrara un sin fin de carencias... su biografía se muestra casi surrealista al igual como sucede con una reciente figura en la politica nacional: Rafael Acosta Ángeles, alias “Juanito”, quien hoy día tiene a su cargo la delegación de Iztapalapa, pese a su carente preparación educativa y la inexistente carrera en el servicio público...
¿Dónde está la responsabilidad social? ¿Son este tipo de personas quienes merecen gobernarnos? ¿Qué puede esperarse de una sociedad que tiene como representantes a personas sin la preparación adecuada? ¿No es esta una realidad que vemos constantemente en la política mexicana?

La educación para la política según Sócrates
Los dioses en la antigüedad no concedían nunca a los mortales ningún verdadero bien sin el esfuerzo y sin una seria pugna por conseguirlo. Sócrates, uno de los más grandes filósofos de la historia, presenta como ejemplo simbólico de esta concepción a la Paideia, la educación. Concibe el proceso interior de cultivarse mediante la transferencia de la imagen de una polis bien gobernada al alma de un hombre.
El conocimiento, para poseerlo o no poseerlo no es asunto de simple don congénito; los hombres no vienen al mundo sabiendo, no nacen en posesíon de algún conocimiento, tienen que adquirirlo[1]. Si se requiere conocer las artes del buen gobierno, no basta con quererlo, sino de cumplirlo efectivamente.
El problema de la educación de los gobernantes constituye el tema de un largo diálogo con el filósofo Aristipo de Cirene. La premisa fundamental de que arranca Sócrates es la de que toda educación debe ser política: tiene que educar al hombre, necesariamente, para una de dos cosas: para gobernar o para ser gobernado. La diferencia entre estos dos tipos de educación comienza a marcarse ya desde la alimentación. El hombre que haya de ser educado para gobernar tiene que aprender a anteponer el cumplimiento de los deberes más apremiantes a la satisfacción de las necesidades físicas. Tiene que sobreponerse al hambre y a la sed. Tiene que acostumbrarse a dormir poco, a acostarse tarde y a levantarse temprano. Nungún trabajo, por gravoso que sea, debe asustarle... quien no sea capaz de todo esto está condenado a figurar entre las masas de los gobernados[2].
Sócrates designa esta educación para la abstinencia y el dominio de sí mismos con la palabra griega ascesis. Se trata el cuidado del alma, en virtud del hombre destinado a mandar, cuya misión política se basa en una buena educación para ejercer un gobierno sobre los demás.

Del cultivo del alma a la vida práctica
Socrates, entre sus muchas cuestiones, se refiere al tema del alma. No utiliza tal palabra con el sentido que nosotros le damos. La entiende como aquella dimensión del hombre que tiene como función el “conocer”, captar las cosas tal como son realmente, y por consecuencia “saber”, particularmente lo que es bueno y lo que es malo, y “dirigir” y “gobernar” las acciones de un hombre de manera que lleven a una vida que evite el mal y logre el bien (sin considerar la división que más tarde Platón haría de alma-cuerpo). A Sócrates lo que le interesa es “hacer el alma tan buena como sea posible”, lograr el conocimiento de la existencia tal como es realmente y basar la propia conducta moral en un verdadero conocimiento de los valores morales. En ambas esferas lo que debe superarse es poner la mera “opinión”, la “fantasía”, las suposiciones que no pueden justificarse como verdaderas, en el lugar del conocimiento. Así como la ciencia se arruina por la confusión de la fantasía con el hecho, así la vida práctica se echa a perder por una falsa estimación del bien.
Lo que interesa entonces para Sócrates es la virtud, la excelencia moral, aquello que es idéntico al conocimiento. No se trata de una virtud “vulgar”, aquella que es una simple imitación ilusoria de la verdad –como la que muchos gobernantes poseen–; se trata de una verdadera virtud que es cuestión de convicción apasionada, de conocimiento personal de los verdaderos valores morales. Con ello el conocimiento real de lo bueno para el alma se desplega por sí mismo en una actutud hacia todas las situaciones de la vida, y de esta suerte en la vida del que nos gobierna.

La virtud es un saber, y el saber se vuelve virtud
Cuendo Sócrates se refiere a que la virtud es un saber, es porque la acción implica un discernimiento reflexivo; implica un trabajo de ascesis intelectual, capaz de hacernos llegar a la definición de aquello cuyo servicio es indispensable que nos pongamos. Por ello uno no se puede comprometer a la vida pública sin preparación previa[3].
Con esto el mérito de un Estado, y de sus hombres públicos, depende, a los ojos de Sócrates, por completo, del grado en que la vida nacional se basa en una auténtica escala del bien lograda a partir de el cultivo de la virtud y la razón.
La debida organización de la sociedad sería aquella en la que la situación y la función social de cada individuo es determinada por por la naturaleza de la obra que sus aptitudes, carácter y sobre todo del entendimiento. Este es precisamente el ideal encarnado en el boceto de la ciudad ideal que llena los libros primeros de la República de Platón[4] (haciendo alusión a aquella idea donde Estado ideal es aquel en el que cada quien realiza lo que le corresponde hacer de la mejor manera posible).

No basta el hacer, se requiere “saber hacer”
Pero, ¿para qué el saber? En realidad una profesión no es un simple “hacer”, sino un “saber hacer” que implica el sentido y la utilidad de lo que se hace. Sócrates ya lo decía al respecto: “Sabio no es sólo el que sabe hacer un discurso, sino quien sabe, además, qué es un discurso, a quién sirve y si es conveniete o no hacerlo”. No por nada los sofistas, maestros oradores, que pretendían dirigir a los demás con discursos sin saber siquiera dirigirse a ellos mismos, se sienten agredidos por el filósofo.
Se trata pues de un saber que se depura hasta hacer de él una extensión y ponerlo al servicio de los otros. Y más que un saber en términos de poseer información e inteligencia, se trata de un pensar y pensar bien[5]. “Siempre que hay virtud, hay conocimiento”, “siempre que hay conocimiento hay virtud”: lo que se espera de fijo del intelecto es nada menos que el bien. ¿Acaso no decimos que nuestras peores faltas fueron un “error”, una “equivocación”? Es esa la amenaza de quienes gobiernan sin conocimiento.
Todo hombre debe dar a la existencia un sentido inteligible, una justificación. Sos obras si no se guían por ese sentido se vuelven ciegas[6].

Conclusión
No basta ocupar un cargo, como se refiere Sócrates, se necesita sobre todo el carácter de un conocimiento que respalde cualquier actividad que se refiera o implique repercusiones sociales. No se trata sólo de actuar por intuición, ni de poner en manos de la práctica un conocimiento que debe anteceder a quienes nos gobiernan, pues al momento de obtener el cargo de gobernantes se debe desplegar la práxis en el bien común con la eficacia que exige una actividad de organización o representación pública. Hace falta en nuestro sistema político parámetros que avalen a aquellas personas que se postulan para el gobierno. No basta el “hacer”, se requiere “saber hacer” para un México mejor.

[1] TAYLOR, A. E. El pensamiento de Sócrates. FCE, México D. F., 1969, Pp. 151.
[2] WERNER, Jeager. Los ideales de la cultura griega. FCE, México, 1992, Pp. 1151.
[3] BRUN, Jean. ¿Qué sé? Sócrates. CNCA, México, 1995, Pp. 131.
[4] TAYLOR, A. E. El pensamiento de Sócrates. FCE, México D. F., 1969, Pp. 151.
[5] BILBENY, Norbert. Sócrates, el saber como ética. Península, Barcelona, 1998, Pp. 137.
[6] BRUN, Jean. ¿Qué sé? Sócrates. CNCA, México, 1995, Pp. 131

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