Rafael Espino Guzmán
Todo principia en el propio mundo, en la evidencia de lo mirado desde el sentido común y su posibilidad. El proceso de conocimiento tambien parte de allí, el propio mundo es todo un principio, nuestro formador, el caliz de nuestra savia, el continente de nuestro contenido.
Del propio mundo iniciamos el camino del conocimiento, hacia él regresamos de vez en vez; en ocaciones nos alejamos en forma permanente. El propio mundo siempre está allí, se mueve con lógicas que no nos incluyen; todo el tiempo como un componente fundamental.
Nosotros también nos movemos, cuando parece que nos hemos marchado de un mundo propio aparece otro; siempre habitamos en alguno, no podemos existir fuera de él.
A veces el mundo se mueve y no nos damos cuenta, parece lo mismo; a veces nuestra mirada es distinta y el mundo parece otro. Los tránsitos de los reflujos de lo interior y lo exterior conforman la diversidad y la sensación del tiempo.
Nuestro marco de experiencia depende del propio mundo; lo demás se resuelve, se ordena, se entiende, se siente en referencia del primado constitutivo de lo que somos, de donde somos.
El tiempo y el espacio traman la urdidumbre del acontecer; el acontecer constituye nuestra presencia y define nuestra realidad. El conocimeinto de nuestro mundo permite establecer contacto con otros que muchas veces creamos, todo en el marco relacional.
El movimiento hacia lo invisible, hacia lo improbable y aparentemente imposible, parte del propio mundo. Desde allí el conocimiento es creador de lo que antes no existía. El interior se vuelve más poderoso cuando establece contacto con el exterior.
Del propio mundo iniciamos el camino del conocimiento, hacia él regresamos de vez en vez; en ocaciones nos alejamos en forma permanente. El propio mundo siempre está allí, se mueve con lógicas que no nos incluyen; todo el tiempo como un componente fundamental.
Nosotros también nos movemos, cuando parece que nos hemos marchado de un mundo propio aparece otro; siempre habitamos en alguno, no podemos existir fuera de él.
A veces el mundo se mueve y no nos damos cuenta, parece lo mismo; a veces nuestra mirada es distinta y el mundo parece otro. Los tránsitos de los reflujos de lo interior y lo exterior conforman la diversidad y la sensación del tiempo.
Nuestro marco de experiencia depende del propio mundo; lo demás se resuelve, se ordena, se entiende, se siente en referencia del primado constitutivo de lo que somos, de donde somos.
El tiempo y el espacio traman la urdidumbre del acontecer; el acontecer constituye nuestra presencia y define nuestra realidad. El conocimeinto de nuestro mundo permite establecer contacto con otros que muchas veces creamos, todo en el marco relacional.
El movimiento hacia lo invisible, hacia lo improbable y aparentemente imposible, parte del propio mundo. Desde allí el conocimiento es creador de lo que antes no existía. El interior se vuelve más poderoso cuando establece contacto con el exterior.
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