jueves, 15 de julio de 2010

“Muchacho, cuida tus alas”

No hace mucho tiempo me tocó preparar un tema para un grupo de jóvenes que se encontraban discerniendo sobre “su vocación”. La verdad yo no sabía qué compartirles. Es muy difícil tratar sobre esta cuestión.

Sin embargo, en la preparación y búsqueda de material para compartirnos juntos, un amigo muy cercano me recomendó un texto que le parecía muy propio para el momento. Yo al principio no le ví mucho sentido, pero en el trato contiguo y relecturas posteriores, me di cuenta de la basta riqueza que contiene.

Su autor es un sacerdote y periodista español que se entrega con esmero al trabajo de la escritura.

Espero sea de su agrado.

José Luis Martín Descalzo

Cuando san Agustín daba ese consejo que acabo de escribir como título de este artículo resumía, con su habitual eficacia literaria, todo un mundo de experiencias humanas que es el que hoy repetiría yo a cuantos jóvenes me escriben: cuiden sus alas o, como decía literalmente san Agustín: “nutran, alimenten” sus alas.

Porque, tal vez, lo más dramático de este mundo en que vivimos es que hay en él muchísimas personas que están llegando a la vejez sin haberse enterado de cuán tercamente lucharon sus alas por llegar a salir bajo sus omoplatos, pero murieron como ramas secas, o porque la realidad los mutiló, o porque ellos mismos no se preocuparon de cultivarlas.

Tendríamos obligación de explicárselo bien claro a los muchachos: entre los 14 y 16 años –a mí me gustaría llamar a ese tiempo “la edad sagrada”–, todo ser humano normal tiene ese don terrible de poder elegir entre convertirse en un reptante, que sólo tiene pies para poner zancadillas, o en una ave de vuelo más o menos poderoso, pero capaz, en todo caso, de remontarse sobre sí misma.

Y tendríamos que decirles aún más claro que, en definitiva, en última instancia, la opción asumida depende casi exclusivamente de ellos. Decirles que el mundo puede zancadillear, obstaculizar, dificultar, recortar, reducir un gran porcentaje de sus esfuerzos, pero que, al final, el gran salto quien lo da o lo deja de dar, quien asume sus alas o las deja perdidas en el gran perchero de la vulgaridad, es lapropia persona que hace la opción, es el propio adolescente que elige reptar o volar.

En esto me parece que nos hemos ido de extremo a extremo. Y no sé cuál de ellos sea más peligroso. Cuando yo atravesaba esa “edad sagrada” –hace ya 40 años– nos hicieron un bien infinito al hablarnos mucho de “ideal”. Nunca lo agradeceré bastante. Nos explicaron que había grandes cosas por las que valía la pena luchar. Un poco románticamente nos señalaron diversos tipos de heroísmo como metas posibles y necesarias. Y en todo ello había mucho de tópico y de ingenuo. Pintaban demasiados luceros en nuestro horizonte. Pero, al menos, consiguieron con ello que nos acostumbrásemos a mirar hacia arriba.

No nos explicaron, en cambio –y eso fue su fallo–, que la realidad es cruel, que tres de cada cuatro de nuestros ideales serían mutilados o arrasados. ¡Nos pegamos, por ello, cada batacazo! ¡Cayeron tantos en el otro extremo del cinismo!

Pero tengo la impresión de que ahora está ocurriendo exactamente lo contrario, que me parece más peligroso. ¿Hay entre los adultos, maestros o guías que tengan ilusiones suficientes para transmitirlas? ¿No se encuentran, más bien, los jóvenes con una generación de plañideras que no pueden invitar a unas conquistas en las que no creen?

La tierra se ha poblado de lo que Juan XXIII llamaba “los profetas de calamidades”. Y uno ya sabe que la marcha de este planeta no está para fandangos, pero es que te levantas y el periódico te habla de la proximísima conflagración mundial; tu vecino de autobús te anuncia una nueva subida de la gasolina; la señora que limpia la escalera te cuenta que los jóvenes de ahora han perdido el respeto, la limpieza y quince cosas más; el compañero de trabajo te habla pestes del jefe, y si entras en un bar te hablan mal de los curas, de los políticos, de los fabricantes de cerveza y de los deshollinadores, y llegas a la noche preguntándote si algo funcionará bien en este mundo, y hasta te maravillas de que al abrir el grifo salga agua en lugar de vinagre.

A veces miro con pena a los chicos de ahora, a quienes hemos convencido de que no tienen más horizonte que el de la próxima guerra mundial, y a quienes empujamos, mientras la bomba llega, a malgastar su vida lo más ruidosamente que puedan y sepan.

Yo prefiero volar. Si esa temida guerra tuviera que llegar, aspiro a que al menos, me encuentre volado y habiendo vivido hasta el céntimo todos los sorbos de vida que me hallan concedido. Con lo que, si además, no llega, nos vamos a ir encontrando mejor cada vez en un mundo de gente ilusionada que en otro de reptantes asustados.

Por eso digo a los jóvenes que cuiden sus alas. Que procuren tener varias, si es posible tres pares, como los serafies, porque luego viene siempre la realidad y te recorta algunas, así que hay que tener, por si acaso, varias de repuesto. Que no se olviden de que es muchísimo más importante dedicarse a fabricar unas alas que a podar sus defectos. Hay gente que gasta su tiempo en quitarse chinitas de los zapatos o callos en los pies cuando podría, simplemente volar. Era san Agustín quien decía que aquello del “ama y haz lo que quieras”, no porque sea bueno hacer lo que a uno le venga en gana, sino porque cuando uno ama sólo le vendrá en gana hacer cosas ardientes y dignas.

Si los chicos aprendiesen a volar, si todos alimentasen sus alas, su coraje, su pasión, sus ganas de ser alguien y mejorar el mundo, ya podía el paro encadenar a un alto porcentaje de ellos, ya podrían venir ríos de droga por todos los canales de los negociantes: ellos seguirán creyeno en sí mismos y en su lucha. Porque no es cierto que a los jóvenes les vaya mal porque han caído en la droga o en la soledad. Al contrario: han sido atrapados por la amargura y por la droga porque ya antes les iba mal, porque ya tenían el alma a medio encadenar. No se llena de veneno o de vinagre una vasija que no esté previamente vacía. Hace falta un casador buenísimo para cazar a los pájaros que vuelan más alto, muchos se quejan de que les pisan y no se dan cuenta de que fueron ellos quienes eligieron ser cucarachas. Muchacho: ¡Cuida tus alas!

3 comentarios:

  1. Hola! como te va?? estaba buscando este articulo por la web y lo encontre en tu blog, muy bueno.
    En el sitio www.oleadajoven.org.ar es una red social con valores en la que trabajo, promovida por Radio María Argentina. Tenemos, entre muchos espacios, una biblioteca digital en donde vamos cargando material. Subo este de Martin Descalzo, desde tu blog (http://www.oleadajoven.org.ar/link.php?user=OleadaJoven&link_id=423). Espero no te moleste
    Te invitamos a visitar el sitio y participar! Saludos!

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  2. Hermoso articulo,muy vivido y ejemplificador.ojala lo aprovechen algunos jóvenes que conozco.muchas gracias.

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  3. ingrese aquí por oleada joven.com... que bueno es ver cuantos jóvenes nos animamos a levantar la bandera de la Verdad... que queremos echarnos a volar y no queremos volar solos sino con otros.. bendiciones... Ezequiel

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