domingo, 26 de abril de 2009

El trabajo, un bien del hombre


Rafael Espino Guzmán




Un obrero de una fábrica de calzado ¿produce solamente zapatos? No, con su trabajo también produce valores…

Desgraciadamente la época moderna se caracteriza por un pensamiento materialista, constituido por el acelerado proceso de desarrollo de la civilización, en la que se da primordial importancia a la dimensión objetiva del trabajo, mientras que la subjetiva -aquella que se refiere al sujeto del trabajo- permanece en un segundo plano.

El trabajo, un bien del hombre
Como trabajo se entiende todo tipo de acción realizada por el hombre que implique esfuerzo, independientemente de sus características o circunstancias.

El ser es lo que hace, decía el filósofo Eduardo Nicol, y en este sentido, cuando se habla de que alguien trabaja, no está más que realizando su principio de acción en la libertad misma. Y si el acto del hombre es siempre algo innovador, y la innovoación o el cambio es lo que siempre permanece en el ser humano, entonces el trabajo es parte esencial del ir haciéndose del hombre.

Por tanto, el trabajo es un bien del hombre. Y es no sólo un bien “útil” o “para disfrutar”, sino un bien “digno”, es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta. Mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido “se hace más hombre”. La laboriosidad como virtud permitirá al hombre no degradarse a causa del trabajo, perjudicando no sólo sus fuerzas físicas (lo cual, al menos hasta un cierto punto, es inevitable), sino, sobre todo, menoscabando su propia dignidad y subjetividad.

El trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide sobre sí mismo.

El trabajo, co-participación de la creación de Dios
La Iglesia considera las primeras páginas del libro del Génesis para hablar sobre el trabajo, haciendo ver que éste constituye una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla” (Gén 1, 28). A pesar de que estas palabras no se refieren directa y explícitamente al trabajo, indirectamente ya lo indican sin duda alguna como una actividad a desarrollar en el mundo. En la realización de este mandato, el hombre, refleja la acción misma del Creador del universo.

El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque como “imagen de Dios” es una persona, es decir, un ser capaz de obrar de manera programada y racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo.

Como persona, el hombre es pues sujeto del trabajo. Como persona él trabaja, realiza varias acciones pertenecientes al proceso del trabajo; éstas, independientemente de su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la realización de su humanidad, al perfeccionamiento de su vocación como persona, que tiene en virtud de su misma humanidad. Todos y cada uno, en una justa medida y en un número incalculable de formas, toman parte en este gigantesco proceso, mediante el cual el hombre “somete la tierra” con su trabajo.

Jesucristo, “evangelio del trabajo”
El modelo de hombre de trabajo es Cristo. Él siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al taller del Carpintero. Esta circunstancia constituye por sí sola el más elocuente “evangelio del trabajo”, que manifiesta el fundamento para determinar el valor del trabajo humano, que no es otra cosa que el saber que tal actividad está “en función del hombre” y no el hombre “en función del trabajo”.

Esta verdad, según la cual a través del trabajo el hombre participa en la obra de Dios mismo, su Creador, ha sido particularmente puesta de relieve por Jesucristo, aquel Jesús ante el que muchos de sus primeros oyentes en Nazaret permanecían estupefactos y decían: “¿De dónde le viene a éste tales cosas, y qué sabiduría es esta que le ha sido dada?... ¿No es acaso el carpintero?” (Mc 6, 2). En efecto, Jesús no solamente lo anunciaba, sino que ante todo, cumplía con el trabajo confiado a Él, la palabra de la Sabiduría eterna. Por consiguiente, esto era también el “evangelio del trabajo”, pues el que lo proclamaba, Él mismo era hombre de trabajo, del trabajo artesano al igual que José su padrede. Aunque en sus palabras no encontremos un preciso mandato de trabajar, tiene reconocimiento y respeto por el trabajo humano; se puede decir incluso más: Él mira con amor el trabajo, sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios, Creador y Padre.

El trabajo humano a la luz de la cruz y resurrección de Cristo
Existe un aspecto del trabajo humano en el que la espiritualidad fundada sobre el Evangelio penetra profundamente. Todo trabajo -tanto manual como intelectual- está unido inevitablemente a la fatiga.

“Maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga sacarás de ella el alimento por todos los días de tu vida” (Gén 3, 18). Este dolor unido al trabajo señala el camino de la vida humana sobre la tierra y constituye el anuncio de la muerte: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado” (Gén 3, 19).

El sudor y la fatiga, que el trabajo necesariamente lleva en la condición actual de la humanidad, ofrecen al cristiano y a cada hombre, que ha sido llamado a seguir a Cristo, la posibilidad de participar en el amor a la obra que Cristo ha venido a realizar. Esta obra de salvación se ha realizado a través del sufrimiento y de la muerte de cruz. Soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad. Se muestra verdadero discípulo de Jesús llevando a su vez la cruz de cada día en la actividad que ha sido llamado a realizar.

El trabajo, elemento de sociabilidad
El trabajo, es siempre una acción personal, en él participa el hombre completo, su cuerpo y su espíritu, independientemente del hecho de que sea un trabajo manual o intelectual.

Con éste, el hombre cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Tal superación, rectamente entendida, es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse. Por tanto, es un bien del género humano que permite al hombre, como individuo y miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación... Pero no sólo eso, sino que además, a partir de él los hombres se asocian unos con otros; acúan en común y establecen un cambio de actividades. En la producción los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino que actúan también los unos sobre los otros, estableciendo así relaciones que conforman una comunidad. Por él, el hombre se une a sus hermanos y les hace un servicio, puede practicar la verdadera caridad y cooperar al perfeccionamiento de la creación divina.


Bibliografía:
JUAN PABLO II. “Laborem Exercens” (sobre el trabajo humano), Ediciones Paulinas, 1981.
NICOL, Eduardo. La idea del hombre, México, Fondo de Cultura Económica, 1977.
CONCILIO VATICANO II. Gaudium spets, Bogotá Colombia, San Pablo, Pp. 469.

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