jueves, 25 de marzo de 2010

¿Por qué la filosofía?



Rafael Espino Guzmán

En una de mis vacaciones pasadas un viejo amigo me preguntó sécamente: “¿Por qué estudias filosofía?”. Fue una pregunta tajante para aquel instante, al grado que me hizo buscar justificaciones imprevistas.

Recuerdo que era una tarde asoleada. Mi amigo me estaba contando con tanta intensidad los estudios de ingeniería mecánica que concluía. Se mostraba lleno de espectativas: tendría en pocos meses un buen trabajo y un buen sueldo; ocuparía lugares de reputación en las empresas maquiladoras; personas allegadas le aplaudirían sus logros y esfuerzos… había elegido unos magníficos estudios universitarios.

Me imagino que tenía razón al sorprenderse cuando le confesé que estudiaba filosofía. Eran totalmente parámetros distintos los suyos sobre las profesiones y la vocación de las personas en pleno siglo XXI. ¿Quién no se preguntaría en estos tiempos sobre la utilidad de la filosofía? Definitivamente es una cosa que no cuadra con las cosas que vivimos en la actualidad. Hoy día se piensa que la filosofía no tiene terreno común para desenvolverse. Nos parece una extraña que habla una lengua diferente, como decía Ferrater.

La pregunta de mi interlocutor me ha llevado a interrogarme sobre el asunto, y es así que les presento en pocas líneas parte de mi reflexión.

La filosofía indudablemtente nos brinda los valores más verdaderos. Creo yo que ese es el principal motivo por el que me incliné a estos estudios. Siempre he buscado resolver las paradojas de mi vida y la filosofía es la que más ha contribuido a mejorar mi humanidad. Con esto no digo que la filosofía resuelve la vida, pero sí favorece a optimizarla.

Irremediablemente, queramos o no, lo sepamos o no, todo ser humano filosofa. Cualquiera, aunque muchos lo duden, tiene la necesidad de aprender a preguntar. Sólo a partir de este ejercicio es como logramos romper viejas costumbres o tradiciones; sólo así es como comprendemos el mundo que nos rodea. De allí que no sólo quienes estudiamos esta discíplina hacemos uso de ella, sino en toda persona.

Tener una mayor protección mecánica o una vida asegurada no requiere de filosofar, cosa que nunca sucede. A una vida minimizada corresponde naturalmente un minimo de pensamiento. Porque para nosotros vivir es movimiento, riesgo, entrega. Es buscarse una trascendencia al estado en el que nos encontramos, es indagar algo más acerca de aquello que aparenta ser solamente la busqueda de salvación.

Entre menos pensamiento haya alrededor de la vida, menos intensidad de vida aparecerá. Porque si no hay movimiento, si no hay una búsqueda de algo que nos trascienda, entonces nos toparemos con el sin-sentido. Vivir, es entonces, estar pensando en la naturaleza de nuestra propia vida, en el vencimiento de aquella inmediatez en la que nos hallamos: ¡definitivamente filosofar es vivir!.

Aristóteles ya lo decía en alguno de sus escritos: “Se debe filosofar, hay que filosofar: y si no se debe filosofar entonces hay que filosofar el porqué no se debe. En cualquier caso hay que filosofar”. Efectivamente, si existe la filosofía estamos obligados a filosofar sin ninguna duda, puesto que existe, y si no existe, también en esas circunstancias estamos obligados a investigar porqué no existe la filosofía, entonces, al investigar filosofamos.

Con esto sólo quiero recordar al lector la importancia de filosofar en nuestra vida. Este hecho es como una luz en el camino para no estar perdidos aun sintiendo que lo estamos.

Tal vez mi carrera no se halle dentro de los parámetros de la cultura actual; tal vez ni siquiera me logre una sufieciente remuneración económica o, peor aún, no halle trabajo con ésta; tal vez no convenza a mi amigo con esta reflexión… pero lo que estoy seguro es que la búsqueda de la sabiduría corresponde a vivir felizmente, aunque ello se me presente en ocaciones de manera amarga, dura e inaceptable…

viernes, 5 de marzo de 2010

El cuidado del alma


Rafael Espino Guzmán
Epicuro, el filósofo, escribió: “Nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para ocuparse del bienestar del alma”. Recuperar el valor de los placeres sencillos, las relaciones con el mundo y con los que nos rodean; la atención, dedicación, manejo prudente, adorno del cuerpo, sanación, administración y preocupación por nuestra persona son aquellas cosas que nunca debemos perder de vista.

Esa es probablemete la síntesis de aquel libro ("El cuidado del alma" de Thomas Moore) que ha sido parte de mis lecturas en estos últimos meses. Debo admitir que su mensaje es claro: el alma es la fuente de quienes somos. De allí la necesidad de un cuidado diario.

El alma no tiene que ver tanto con la reparación de algún fallo básico, sino con la atención que se presta a los pequeños detalles de la vida cotidiana como las decisiones y los cambios más importantes. El cuidado del alma se inicia observando su manera de manifestarse y de actuar. Es sacar de sí los problemas a uno mismo y regresárnoslos para su trabajo.

Si conociéramos mejor el alma podriamos estar mejor preparados para los conflictos de la vida. No por nada los grándes místicos y personas profundamente maduras dan prioridad a la observancia del alma que a una solución inmediata a los problemas se que pudiera presentar. Es en ese caso cuando actúan mediante la inacción: al hacer menos logran más.

Si vamos a contemplar el alma es necesario explorar sus desviaciones, su perversa tendencia, porque en la normalidad se suele esconder las excentricidades que mejor nos definen. Estar en momentos críticos o en situaciones que rebasan la normalidad es señal de que el alma tiene la capacidad de reflexionar sobre su destino.

El cuidado del alma es pues, desde mi experiencia, algo que implica simplicidad de acción a pesar de las dificultades monstruosas que aparenten evitarla.

Epicuro tiene razón en su sentencia: el cuidado del alma es continuo. Es como tener una espiga seca en nuestras manos y saber que aún puede producir vida.

El hecho de estar expuestos a la vida, es para nosotros, al mismo tiempo una amenaza y una oportunidad. Nosotros decidimos conducir el alma por una o por otra.