Por: Rafael Espino Guzmán
Ciertamente algunos filósofos posmodernos (de especial manera Baudrillard, Lipovetski, Bell y Vattimo) nos han presentado un panorama interesante de algunas de las características más representativas de la posmodernidad.
Entre algunos de los puntos que coinciden estos filósofos destaca el sentido de la despersonalización, del individualismo, del consumismo inmoderado… Todo ello como resultado de la imperancia de los medios de comunicación con vistas a beneficiar a unos cuantos de la sociedad, principalmente a los dueños de medios de producción.
Como bien lo mencionaba Baudrillard, existe una despersonalización y una falta de sentido, somos producto de la globalización, del consumismo, y esto conlleva la muerte del arte y de la carencia de dirección en las vidas de las personas. Se promueve un individualismo que aísla hasta evitar el trato con los demás, ciertamente en algunos casos se excluye la violencia con los otros, pero provoca la reclusión, la destrucción del ser humano. En este sentido la cultura de masas es el mejor conductor del individualismo, los mass media han bloqueado la comunicación que toma partida por la libertad.
Hoy día se proclama el final de las ideologías. La cultura se halla dominada por un principio de modernismo que perturba la vida burguesa y los estilos de vida de la clase media por un hedonismo que ha desmejorado la ética, de la que provenía el cimiento de la sociedad.
El único sentido de la vida en la actualidad se enfoca a los placeres. Esto crea el peligro de una sociedad suicida, de una cultura que se devora a sí misma y que pone en conflicto los valores y las racionalidades. El orden productivo contradice al orden cultural.
Hablamos de la destrucción de aquello que ha sido legitimación del sistema capitalista, que es la producción incesante. Baudrillard menciona que los objetos están hechos para ser vendidos. Está muy atrás la búsqueda de lo necesario o de lo estético. Vivimos atrapados en un mundo irreal, creado por los modismos, los productores y los publicistas.
El signo es el apogeo de la mercancía. La reproducción daña toda la cultura, pues sólo deja el valor de cambio y mata el valor de uso que pueden tener los productos culturales, poniendo fin a lo real e instaurando lo imaginario.
La posmodernidad es el tiempo en que el objeto predomina sobre el sujeto. La fatalidad es el imperio del objeto, pero del objeto ineludible y sin sentido; es por ello el imperio de la trivialidad.
El objeto es ya signo puro, como un cristal. Por eso se nos revela que el yo es solamente simulado. No hay verdad, no hay teoría que pueda ofrecer verdad alguna en este momento. Ya no hay victimarios sino sólo víctimas y cómplices.
El crimen perfecto es dar muerte a la realidad. Después de la muerte de Dios y de la muerte del hombre, impera el objeto. Y después de la muerte del objeto llega la prioridad de lo virtual, su realeza en este mundo agitado y desprovisto de fundamentos de sentido. El nihilismo aparece como paso del valor de uso al valor de cambio; es la pérdida de valores.
Los medios masivos de comunicación son los que construyen la imagen del mundo. Convierten la realidad en fábula. Se vive la fabulación de la realidad como la única posibilidad de libertad, dando la disolución del sujeto.
Hace falta una metafísica que nos desligue de este aparente hoyo negro al que nos está conduciendo la posmodernidad. Es necesario plantear alternativas que estén en miras de un mundo más justo y libre, en el que se logre una cultura de los derechos humanos y de la igualdad…